De
repente, tras los preámbulos que ya conoce por otras veces, a
saber:Inspección de Trabajo en el bar y baja laboral de un empleado,
se encuentra con una demanda de casi 30.000 €uros por parte de
dicho personaje. Le reclama a precio de convenio las horas extras
-por supuesto que infladísimas porque es parte del juego- entre las
que se incluyen un día a la semana completo a razón de 15 horas
porque el bar sólo cerraba los domingos.
El convenio estipula dos
días de descanso a la semana y este impresentable elemento dice que
trabajaba allí desde el amanecer hasta la media noche de manera
ininterrumpida, seis días a la semana.
El
ciclo que sigue, (si es que no va a aprender nunca _se dice para
sí) Lola ya se lo conoce de otras veces: reunión en el SERCLA
(Servicio especial de resolución de conflictos laborales en
Andalucía) petición por parte de la parte demandante (acuerdo entre
abogados) de una cantidad que suele comenzar en más de la mitad de
lo reclamado y acabar en la tercera parte -euro arriba euro abajo-
para resolver el asunto y no acabar en juicio. Su propio abogado le
recomienda pagar, por muy estafada o extorsionada que se sienta, ya
que ella es la parte fuerte de esta guirnalda y el juez, o la jueza,
suele fallar a favor de la parte débil y de cualquier manera, aún
ganando el juicio, él mismo -o sea, su propio abogado- le cobraría
aproximadamente esa cantidad por su trabajo, mientras que por el
acompañamiento al acto de conciliación sólo le cobrará unos 300
€uros. Además Lola está de suerte, porque esta jugada se la ha
hecho cuando aún le quedaban más de tres meses de su contrato de un
año, si hubiese esperado hasta el final estaríamos hablando de una
cantidad bastante más alta.
(Más
o menos la cosa es así)
Estas
son las injusticias que sufren los autónomos y pequeños empresarios
y que no sufren las grandes empresas, estas son las cosas que hay que
cambiar en la legislación laboral para reforzar la estima de un
tejido empresarial que es el gran olvidado de la reforma laboral y
que, paradojicamente, es el que puede generar más empleos en estos momentos que tanta
falta hacen en nuestro país, pero así no. Con esa mentalidad no, con esas actitudes no. Con ese sindicalismo no. No con este sistema.
De entrada habría que meter en la mentalidad colectiva que una empresa la forma el empresario y los trabajadores. Que una empresa siempre es una aventura incierta y para que la nave llegue a buen puerto hace falta que tanto el capitán como la tripulación naveguen conscientes de los vientos y aunando esfuerzos en las tempestades.
Los
tiempos están jodidos para todos, pero sobre todo están jodidos
para muchas miles de Lolas y muchos miles de Pepes, que después de
haber sudado todas las horas del día y de parte de las de la noche
durante años, a razón de trescientos sesenta y cinco días al año
y uno más los que son bisiestos, cuando ya no tienen edad para
soportar ese ritmo y se buscan ayuda para mantener el fruto del
trabajo de su vida, su querido y currado bar, se encuentran con estas
zancadillas del sistema, con este robo de guante blanco con siglas de
sindicato y certificado autonómico. Si, esos mismos de los EREs, y
erre que erre.
Evidentemente
el impresentable del empleado nunca ha trabajado las horas que Lola.
Aún
ahora, que ha llegado a tener tres empleados hace pocos meses (con
los tiempos que corren) Lola está más horas que el reloj de agujas
tiene grabadas. Ni siquiera los domingos se los toma libres por
completo. Tiene que dejar preparados los pedidos de la semana y
limpiar algún rincón de los que nunca faltan, porque entre sus
cometidos está ser la señora de la limpieza ya que el bar no da
para tanto; y ahora, para empatar, tiene que hacer su jornada y la
del “enfermo”, al que le han concedido una baja por la cara B.
A
ella, que renunció a la baja de maternidad en cuanto le quitaron los
puntos de la cesárea para regresar a su trabajo, maldita la gracia
que le hace. No lo podría entender ni aunque se lo explicaran cien
veces. Ni una sola vez aparte de sus dos partos ha disfrutado de una
baja laboral en todos los años que lleva trabajando y a este
“mozuelo” le dan la baja, aparentemente, por agotamiento cuando
sólo lo aparenta.
Reconociendo
que el susodicho trabajaba alguna hora más horas de las que
aparecían en su contrato -todo el mundo sabe que la hostelería
tiene sus horas- sólo en ocasiones muy contadas echaba más de 7 u 8
horas, aunque es cierto que se trabajaban seis días a la semana,
pero el trabajador conocía esta circunstancia desde el primer
momento y esperó diez meses, cuando podía haber hablado desde el
primer día o una vez trabajada la primera semana. Pero claro, de esa
manera no le habría podido reclamar lo que ahora le reclama.
Lola
se está planteando cerrar el bar, o cuando menos apañárselas sola.
¡Con
lo orgullosa que se sentía con su faceta de empresaria generadora de
empleo en los tiempos que corren aunque ella, siendo la repartidora,
se quedara con la peor parte!
Las
cosas están tan ajustadas que ya había tenido que prescindir de un
empleado e incrementar su jornada para cubrir ese hueco, cada semana
dedica al bar más de 75 horas y aún así, a ella los últimos meses
apenas apenas le vienen quedando unos setecientos euros de media al
mes. Eso sí, comer come allí todos los días, porque incluso la
cena del domingo la hacen en la barra de su bar ya que aprovecha para
quitar recortes del frigorífico cuando lo comprueba para hacer los
pedidos.
Trabaja
ahora, que ya está en una madurez apreciable aunque ella sepa
disimularla bien si se tercia, mucho más que nunca. Ni que decir
tiene que sus trabajadores cobran decentemente su trabajo, faltaría
más. Lola siempre valoró el trabajo por encima de cualquier cosa y
ni que decir tengo que cobran más que ella, casi el doble en dinero
contante y sonante e infinitamente más en relajación y en falta de
problemas, eso haciendo un cálculo aproximado porque generalmente la
realidad supera ampliamente las cuentas que los demás podamos
hacernos.
Si
se llegase a juicio y si el juez aceptase y diese por buena la
cantidad que le reclaman, este elemento se ingresará no solo el
sueldo con el que Lola se apañaba, sino que la dejará endeudada y
al borde del abismo los próximos cuatro o cinco años, se comerá
las ganancias íntegras del negocio de ese periodo, lo que puede
descapitalizarlo, y Lola se quedará sin capacidad de maniobra para
seguir adelante con su idea de mantener, como mínimo, un empleo.
Si
se llega a un acuerdo en el SERCLA, por lo visto y por lo recomendado
un mal menor, este gañán ganará como poco cuatro o cinco veces más
que la propietaria, primera trabajadora del local y la más antigua,
pero ella se seguirá apañando con poco y seguramente seguirá
trabajando cada vez más horas mientras le queden fuerzas, aunque no
pueda dejar de pensar durante mucho tiempo que un individuo de mala
sangre le costó durante una buena temporada, gracias a su inocencia,
sus propios sudores (curiosa paradoja de este país que el
contratador acabe trabajando para el contratado).
Diré
que Lola, en su ilusión de juventud, nunca vio su bar como un
negocio, sino como un lugar para amigos y una fuente de empleo
“porque
a mal venir la cosa aquí comen dos o tres familias”
__decía
(a
ver que dice a partir de ahora).
Lola
por lo pronto tiene el bar cerrado desde hace un tiempo, necesita
aclararse las ideas.
¿Sera
otro de esos cierres definitivos que asolan las calles de nuestros
pueblos y ciudades?
Para
terminar rescato del tuiter de Perez Reverte en nombre de otra Lola
-a propósito de la huelga general y dedicado a algunos
sindicalistas- esta conversación. Es de hace casi dos años y medio
pero bien podría ser de ahora mismo, los sentimientos de esta Lola
seguro que son parecidos:
“...
si te defiendes para evitar... la ruina, y le abres la cabeza a uno
de esos bestias, eres tú quien va al talego.
Ni
proteger lo tuyo te dejan. Lo poco que tienes. Ni defenderte puedes,
en este país de mierda
(eso
dice Lola, ojo. No yo).”